En Amman amanece pronto.Me gusta madrugar. Se oye a lo lejos la llamada a la Oración.En esta casa se madruga casi todos los días; si hay trabajo, el reloj suena antes de las seis...
He aprendido la importancia de las comidas familiares y por eso siempre desayuno con mi compañero. Después de que mi suegra me contara que con trece hijos nunca dejaba a ninguno hacer una comida solo,y que a la hora que fuera ella se sentaba a la mesa, entendí lo importante que era algo tan normal como compartir un té.
El ritual es sencillo: pan fresco que a esas horas ya está colgado en la puerta, algo de queso, aceite de oliva y un té bien fuerte. Vemos las noticias, comentamos lo que haremos durante el día, nos despedimos y me asomo a la ventana a verle subir al taxi que le lleva a encontrarse con sus turistas a cualquier hotel de la ciudad.
Me gusta quedarme a mirar la calle. Justo en la esquina de casa hay un puesto de café de una marca con sonrisa... es como uno de nuestros kioscos de prensa o de chuches, pequeño, modesto, pero que cuenta con fieles clientes que desfilan por allí durante todo el día.La clientela es variada,va cambiando según los horarios. Está compuesta sobre todo por gente del barrio, bauabs (porteros) de los edificios cercanos, incluido el mio, taxistas que aprovechan para abrillantar sus vehículos con la mano libre, mientas que con la otra sostienen el café humeante, en un ejercicio de malabares imposible, repartidores camino de las tiendas cercanas, vecinos madrugadores que, periódico en mano, hacen de su paradita rutina, estudiantes despistados... Les imagino dando un repaso a la política nacional, contrariados si su equipo de fútbol no ha ido bien esa semana; seguro que hablan de familia. Los bauabs comentan los chismes vecinales...
Muchas madrugadas he calentado mis manos en ese mismo café, americano largo sin azúcar, que con una sonrisa me ha preparado el bueno de Mohamed, el dueño.
Pero en mañanas como esta me reconforta mirar, inventar sus vidas, compartir la lentitud con la que transcurren sus horas, con la tranquilidad de que mañana amanecerá de nuevo y nada habrá cambiado..."nada más que vivir y ver vivir" como dijo el poeta.
Un beso, hasta la próxima carta.