
No hace mucho recordaba con unas amigas mis primeras experiencias ammanitas, la incertidumbre previa a una actividad tan normal, como ir a la compra, por ejemplo.
Vivíamos en un barrio populoso de Amman. Edificios de tres plantas, muchos niños, tan gritones como sus madres. Multitud de comercios de todo tipo, de esos de toda la vida, algún supermercado mejor abastecido, pero nada de centros comerciales modernos.
El mero hecho de ir al super me producía una angustia tremenda. Siempre me atendían la última. Si tenía que comprar embutido, siempre había delante de mí alguna señora. Yo esperaba paciente a que llegara mi turno. La buena señora tenía un poder de convocatoria tremendo. A ella se unían otras y comenzaban un parloteo incesante. Mientras, yo esperaba. El empleado de turno las atendía una a una. Yo las miraba perplejas y decía:
- Pardon, do you attend to me?
Y ellas me miraban con cara de indiferencia. Esa terrible mirada me hacia exclamar:
- Sorry, madam.
Cuando la improvisada reunión terminaba y se marchaban contentas con sus compras, era cuando realmente me tocaba a mi. Así un día tras otro. Me marchaba llorando a casa llena de rabia por la indiferencia a la que me sometían y porque la paciencia a veces se me agotaba.
Una mañana volviendo de mi “batalla” particular y con los ojos húmedos, me encontré con Rachid, el portero de la finca. Muy preocupado me pregunto: "This one all good madam?" Intenté explicarle que no, que no estaba bien, que tenía problemas en el super con las otras señoras.
- Does not worry. I help madam, no worry, please-, fue su respuesta.
Pasaron unos días y en el portal me lo encontré fumando tranquilamente. Le comenté que iba a la compra e insiste en acompañarme, a lo que accedí con agrado. Cuando llego el momento de la tan temida cola, Rachid preguntó al tendero qué pasaba conmigo, por qué no me atendían correctamente. Y con tono amable y en un perfecto inglés, el señor le dijo:
-She is a quiet lady, does not speak, does not shout as other women. She is invisible.
Atónita los miré a los dos y a la concurrencia que allí había. Esta vez fue el bueno de Rachid quien compro por mi.
A los pocos días volví. Con esta voz de contralto con la que me ha dotado la genética comencé mi parloteo. Buenos días, ¿como se han levantado hoy ? ¿hace calor? Quiero cuarto y mitad de chopped de pavo, por favor, y de mortadela turca, si es tan amable... Así hasta casi quedarme afónica y con una sonrisa de oreja a oreja...
Las señoras me miraban sonriendo. El muchacho que cortaba afanosamente el fiambre también. Una de ellas se acercó, me extendió su mano, pensé que me iba a tapar la boca, pero no, me ofreció un cálido apretón, diciéndome su nombre. Ese día salí a la calle contenta. Había ganado mi pequeña batalla y era feliz. Me hice amiga de muchas de ellas, las veía todos los días. Compartía té en sus casas, y juegos con sus hijos.
Nos mudamos unos meses después. Cada vez que vuelvo al barrio me reciben con sonrisas y recuerdan con cariño el día que deje de ser “la extranjera invisible” y me convertí en una de ellas.
Besos cálidos ¡¡¡